

A unos 5km de este municipio siguiendo una carretera de ida y vuelta que parece que nos conduce directos al río por su pendiente, nos encontramos de sopetón con uno de los monasterios románicos más emblemáticos de la Ribera Sacra,
Santa Cristina de Ribas de Sil.
De entrada, su entorno, un denso bosque de castaños, ya te sobrecoge. Es una joya arquitectónica en un paraje silencioso, sombrío, sugerente, absolutamente encantador.
Sus orígenes se remontan al siglo IX y aunque el claustro se abandonó y está muy deteriorado, puede disfrutarse de su encanto. Se accede a él a través de un arco románico con arquivoltas talladas en zig-zag que se encuentra situado junto a la pequeña iglesia de cruz latina con cabecera de ábsides semicirculares, que conserva restos de murales policromados.
Nos llamó la atención que junto al monasterio había un enorme árbol, cargado de pequeñas reliquias, estampitas, colgantes etc… Según la guía, a la que preguntamos sobre el tema, es una costumbre no demasiado antigua, que los visitantes dejen alguna cosa en el árbol.
El cañón del Sil
Hay un refrán que dice “el Sil lleva las aguas y el Miño se lleva la fama”. Cuando visitas este paraje, lo entiendes perfectamente. Las abundantes aguas del Sil, afluente que desemboca en la izquierda del Miño, han labrado una profunda grieta en las montañas que al tiempo se ha aprovechado para embalsarlas, consiguiendo una profundidad de más de quinientos metros en algunas zonas.
El cañón se puede recorrer por carretera (por arriba) con vistas espectaculares en los diferentes miradores que hay, por senderos o navegando. Existen varios embarcaderos, pero cuando nosotros hemos estado sólo funcionaba el de Santo Estevo (Nogueira de Ramuín).
Aunque parezca mentira, tienes que reservar con tiempo porque, aunque existen dos empresas que realizan los recorridos, hay muchísima gente que visita la zona. Nosotros hicimos la reserva por teléfono y pagando con visa.
Durante el recorrido puedes admirar las caprichosas formaciones rocosas que tienen un tono plateado y brillante y a continuación los bancales de vides centenarias. Dicen que desde la época romana estas imposibles laderas eran ya cultivadas. El acceso en la mayoría de los casos es por el río, tanto para cultivar como para vendimiar.
Más arriba encontramos pequeños y densos bosques de robles y castaños junto a madroños y alcornoques.
El trayecto se nos hizo un pelín largo porque en realidad el paisaje de los diez primeros minutos es igual que el de los últimos, pero el paseo es muy agradable, fresquito y te ayuda a descansar un rato si la jornada está siendo durilla.

