
A unos 8 kilómetros de Portomarín, en el concello de Paradela, bajando por unas carreteras comarcales llenas de vegetación, de aldeas y vides llegamos hasta la misma orilla del Miño. Allí, solitario, se encuentra el antiguo monasterio que está totalmente restaurado. Lo mejor, el entorno.
Dicen que la bóveda de la iglesia de San Facundo de Ribas de Miño es la primera manifestación del estilo gótico en la Península Ibérica.
San Facundo es fundado en torno al año 1120 y nace con la vocación de acoger a los peregrinos que viajaban a Santiago. La historia de este conjunto comienza cuando hacia el año 1116 Doña Urraca, reina de León y Castilla, en uno de sus temperamentales arrebatos decide cortarle la fuente de ingresos que suponían los peregrinos al Arzobispo Xelmírez y derriba el puente de Portomarín sobre el río Miño, camino francés a Compostela.
Los monjes benedictinos, entonces, se instalan donde el Miño amansa la corriente para cruzar en barcas a los peregrinos que van y vienen de Santiago, fundando el monasterio en torno a 1120. En este año, Pedro el peregrino vuelve a levantar el puente de Portomarín, convirtiéndose así San Facundo en el refugio de aquellos viajeros que no podían pagar el pontazgo de Portomarín y que pasaban la noche en la iglesia.
Dicen que la bóveda de la iglesia de San Facundo de Ribas de Miño es la primera manifestación del estilo gótico en la Península Ibérica.
San Facundo es fundado en torno al año 1120 y nace con la vocación de acoger a los peregrinos que viajaban a Santiago. La historia de este conjunto comienza cuando hacia el año 1116 Doña Urraca, reina de León y Castilla, en uno de sus temperamentales arrebatos decide cortarle la fuente de ingresos que suponían los peregrinos al Arzobispo Xelmírez y derriba el puente de Portomarín sobre el río Miño, camino francés a Compostela.
Los monjes benedictinos, entonces, se instalan donde el Miño amansa la corriente para cruzar en barcas a los peregrinos que van y vienen de Santiago, fundando el monasterio en torno a 1120. En este año, Pedro el peregrino vuelve a levantar el puente de Portomarín, convirtiéndose así San Facundo en el refugio de aquellos viajeros que no podían pagar el pontazgo de Portomarín y que pasaban la noche en la iglesia.
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